Y yo, me pregunto: ¿y el pollo?, ¿no creen que es erótico?. Pongan en marcha su imaginación: la forma de caminar como si fuera un bailarín de ballet, de puntillas; el porte erguido, sacando pecho. ¿Se han fijado que cuando come no agacha el cuerpo?. Se limita a doblar su bonito cuello hasta tocar el suelo, con el cuerpo siempre estirado. Las plumas, ¡oh! las plumas, ¿hay alguna suavidad comparable? Y algo muy importante, su erotismo no termina cuando es Diseño tiendas online
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Una vez cocinado, y no voy a entrar aquí en la variedad de menús que se pueden preparar con este animal exquisito, porque la lista sería demasiado Click aquí
. Repito, una vez cocinado: su piel dorada, sus muslos tiernos y apetitosos, sus pechugas sin una pizca de grasa, recomendadas en todas las dietas bajas en calorías. Cuánto erotismo refleja la imagen de un humano con un precioso muslo en las manos dispuesto a darle un bocado. Porque esta es otra razón que aumenta su sensualidad: comérselo con las manos, para chuparse luego los dedos con deleite.
Claro, que ustedes dirán que no puedo ser imparcial. ¿Cómo no va a gustarle el pollo a una pollita como yo?
Tengo frío, mucho frío. Casi no siento mi cuerpo. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? La boca reseca, ya no encuentra saliva. Hace horas que no bebo. El estómago hambriento ya no me duele, sólo siento un vacío como si tuviese pegadas las tripas. La mujer que yace a mi lado se remueve, con su bebé apretado contra el pecho. Intento percibir la respiración del pequeño, pero no lo consigo. Quizá esté muerto y ella no se ha dado cuenta. ¡Cuánto silencio! Ya no se escuchan murmullos, ni quejidos. Nada. Todo está negro y helado. Tengo miedo. Debe ser de noche, pero no estoy seguro: he perdido la noción de los días. Han abierto la puerta.
¿Estaremos llegando a nuestro destino? Quieren que salgamos fuera, pero nos cuesta levantarnos. Las piernas no me responden: están anquilosadas. Tengo que hacer un esfuerzo. Pronto estaré bien, a salvo. El bebé ha empezado a llorar y eso me tranquiliza: no está muerto. Empezamos a salir lentamente, apretujados unos con otros. Voces alteradas, gritos, empujones. ¿Qué está ocurriendo? Es noche cerrada: todo está oscuro. Me están empujando.
No, no me voy a tirar al agua. Dicen que estamos cerca de la playa, que aquí se termina el viaje. Oigo chapoteos. El llanto del bebé se eleva por encima de nosotros. Miro hacia abajo y no veo nada. Una oscuridad profunda lo inunda todo. Gritos de socorro, súplicas, lloros, lamentos. Voces ásperas que ordenan y amenazan. Estoy al borde del abismo y tengo miedo. Un fuerte golpe en la espalda me hace perder el equilibrio y caigo al mar que, con sus fauces abiertas, espera para tragarme. Tengo miedo. ¡Señor, ayúdame!.
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Claro, que ustedes dirán que no puedo ser imparcial. ¿Cómo no va a gustarle el pollo a una pollita como yo?
Tengo frío, mucho frío. Casi no siento mi cuerpo. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? La boca reseca, ya no encuentra saliva. Hace horas que no bebo. El estómago hambriento ya no me duele, sólo siento un vacío como si tuviese pegadas las tripas. La mujer que yace a mi lado se remueve, con su bebé apretado contra el pecho. Intento percibir la respiración del pequeño, pero no lo consigo. Quizá esté muerto y ella no se ha dado cuenta. ¡Cuánto silencio! Ya no se escuchan murmullos, ni quejidos. Nada. Todo está negro y helado. Tengo miedo. Debe ser de noche, pero no estoy seguro: he perdido la noción de los días. Han abierto la puerta.
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No, no me voy a tirar al agua. Dicen que estamos cerca de la playa, que aquí se termina el viaje. Oigo chapoteos. El llanto del bebé se eleva por encima de nosotros. Miro hacia abajo y no veo nada. Una oscuridad profunda lo inunda todo. Gritos de socorro, súplicas, lloros, lamentos. Voces ásperas que ordenan y amenazan. Estoy al borde del abismo y tengo miedo. Un fuerte golpe en la espalda me hace perder el equilibrio y caigo al mar que, con sus fauces abiertas, espera para tragarme. Tengo miedo. ¡Señor, ayúdame!.